Casas Vacías
¡Hogar, dulce hogar!, ¿Cuántos de nosotros no susurramos silentemente esa expresión al llegar a casa? Pero… ¿Cuál hogar? Cualquier persona pudiera pensar que la respuesta es obvia y clara: el hogar es ese espacio donde convivo con mis seres amados, mis familiares y donde frecuentemente me reúno con amigos o con los “panas”, como dicen los venezolanos; ese lugar en el que con mucha certeza dimos nuestros primeros pasos y fuimos creciendo en compañía de muchos cuyos recuerdos se hacen perennes. Así es, el lugar que alberga prácticamente el cúmulo de acciones y experiencias que nos llevaron a ser lo realmente somos. Una enmarañada estructura a modo de red invisible que entreteje nuestro presente, pasado y futuro, eso definiría en parte a un hogar.
No obstante, los eventos actuales que envuelven a la sociedad venezolana (con todos sus matices sociales, culturales, académicos, económicos, políticos y hasta de carácter moral) se han tragado hasta casi digerir, el sentido complejo y profundo que define a un hogar. Tan solo iniciando desde los cimientos del mismo, La Familia –nuestra familia- ha debido tomar rumbos tan diferentes en distintas naciones del globo terrestre como consecuencia directa de las condiciones asfixiantes que se viven en el país. Aquello que suponía ser para muchos un condicional impensable ahora se ha vuelto una realidad: estar a miles de kilómetros de aquellos con quienes mantenemos vínculos sentimentales.
Bien cabe recordar un poco la historia del famoso pianista y compositor polaco F. Chopin, quien pidió que luego de morir lo enterrasen en París (donde vivía) y su corazón fuese extraído del cuerpo y enterrado en la ciudad de Varsovia (Polonia) acuñando muy literalmente para sí las palabras de Jesucristo: “donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”. Y es que, aunque Chopin era un “ciudadano del mundo por su talento”, sentía un profundo apego por la tierra que lo vio crecer y formarse. Ahora bien, ¿Dónde está el “tesoro” de cada uno de nosotros? ¿Acaso está disperso en muchas partes? Pues de acuerdo a este concentraremos todos nuestros esfuerzos por conseguirlo: allí estará nuestro corazón, nuestras actitudes y motivaciones reales.
Esos vínculos que jamás pensábamos que se debilitarían y casi fracturarían con la distancia, vínculos entre hermanos, padres e hijos, familiares cercanos, o simplemente amigos (todos nuestros tesoros) están en riesgo constante. Así la casas van quedando progresivamente solas y las calles con un transitar escaso, con apenas un puñado de personas que se resisten a huir de la escena, quizás por no conseguir los medios económicos para irse o por razones netamente emocionales.
Como cualquier “obra”, la tragedia venezolana tiene un escenario muy bien diseñado, hubo miles de personas que contribuyeron de una u otra manera a realzar y darle forma y fondo a los elementos que servirían como ambientación apropiada a tan nítido espectáculo. Claro, con la única diferencia de que, esta “obra” es totalmente real, y una gran parte de los personajes ni siquiera están al tanto de que forman parte de ella; unos asumen roles y actuaciones de manera espontánea, natural y creíble. Otros, están muy conscientes de la trama y como buenos actores simulan ser aquellos cuyo protagonismo es heroico, con la bondad y humanidad a flor de piel, con las miradas enternecidas y empáticas y en el fondo teniendo una negrura más espesa que la niebla nocturna.
Y aunque el escenario es cambiante, en conjunto son piezas de la misma obra. Como aquel donde las calles lucen oscuras, no solo por la falta de iluminación eléctrica, sino por la ausencia de esas personas llenas de espíritu y vida, llenos de sueños y metas: los jóvenes. Esos chamos que iban y venían desordenadamente por las calzadas ya desgastadas de la ciudad, con sus morrales repletos de ideas, con preocupaciones típicas de la edad; las relaciones amorosas, las rutas académicas, las salidas con los amigos, las pocas responsabilidades en casa, las proyecciones a futuro… Cambiando luego a una escena teñida de nostalgia e incertidumbre.
Las casas vacías, donde aquel morral, ya no contiene solo sueños y metas, también necesidad. Necesidad de llenar la barriga de alimento, necesidad de curarse de alguna enfermedad, o necesidad de tener una vida. Y aunque en este país, hay un dicho popular de que “la necesidad tiene cara de perro”, aquí la necesidad tiene cara de humano, cara de venezolano. Justamente esa deficiencia del todo, esa deficiencia hasta de humanidad para algunos, ha originado un éxodo jamás visto en la región suramericana, dejando una profunda huella en los hogares venezolanos, porque las casas quedan vacías tanto para el que se va como para el que se queda; necesitándose en ambos casos reunir las fuerzas, la motivación y la entereza que contribuirán a la adaptación frente a la ausencia temporal.
Las largas travesías que ahora caminamos para llegar nuestros sitios de estudio o de trabajo originado por la falta de transporte en las ciudades, las incontables colas para adquirir cualquier cosa (cualquier bien material); nuestros famélicos ancianitos (pilares de la familia) agrupados desde el anochecer del día anterior a la espera del pago de su pensión; la viral delincuencia que se apodera de la vida de inocentes… son todas estas escenas repetitivas que desgastan y fatigan la vida del venezolano.
En fin, quizás tomaría centenares de hojas describir el enigmático panorama de esta “obra”. No obstante, como cualquier obra en manos del hombre, siempre habrá un cambio de escena, un cierre de telón, que presentará una enseñanza o un aprendizaje tanto para los espectadores como para los propios actores. El hombre por naturaleza posee una dimensión racional que le permite llegar a conclusiones más o menos cercanas al bien común; y es allí donde justamente deben brotar las acciones que nos permitan moldear el entorno respetando y valorando lo más valioso que encierra nuestra especie: la existencia en sí.
Las diferentes experiencias que obtenemos en medio de estas agobiantes escenas, lograrán elevarnos a un nivel de sabiduría mayor siempre y cuando se haga algo práctico con ellas. Es decir, si permitimos que, sea cual fuere la situación, aprendemos a desplegar cualidades dignas de la supervivencia. Y justo antes de cerrar el telón, en la última escena, seremos capaces de diferenciar lo real de lo imaginario, lo bueno de lo vil; percibiremos que la capacidad de adaptación, la capacidad de fluir en medio de la adversidad y de ponernos en los zapatos ajenos nos mantendrán muy cerca de aquello que consideramos nuestro tesoro. Desterrando el odio, el egoísmo y el deseo indebido de cuidar solamente nuestros intereses individuales. Y es que, después de todo, la hora más oscura es la que está cerca del amanecer.