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¿Me quedo o me voy?

Nunca antes tales palabras fueron la constante del venezolano en su diario vivir, un joven de nombre Pablo, debatiéndose en el dilema de tamaña pregunta mientras la intriga, la zozobra y la impotencia se han convertido en inquilinos no deseados de un país que pareciera estar diagnosticado de una enfermedad terminal, expeliendo sangre a más no poder con la salida de cada ciudadano que reducida en ellos la paciencia y la esperanza vislumbran un futuro más prometedor en tierras extranjeras.

Pablo avanza por la avenida Andrés Bello, ha salido de su facultad, 5:30 pm, se dirige a casa luego de la clase de Petróleo entre un amasijo de gente, lo habitual del Trolebus, en su interior percibe algunos rostros pensativos, probablemente sacando cuentas, estirando el poco dinero del que disponen y se oyen protestas, discusiones acerca del tema, la situación reinante.

En la mente de Pablo comienza un desfile de razones para quedarse o irse de manera aleatoria y abandonar la familia genera una imagen que entre sollozos jamás hubiese querido contemplar, no bajo estas condiciones: inseguridad, la inflación que hace de la economía de la nación un chiste, las colas interminables, la escasez de productos, un poder adquisitivo nulo y tantos otros factores capaces de inclinar la balanza hasta del más optimista o al menos para él.

Una vez llegado a su estación procede abordar tras unos cuantos metros el único bus hasta su residencia, coincidiendo con algunos vecinos a medida que avanza la unidad de transporte. Un mensaje de buenas tardes en su celular interrumpe su estado mental, es su novia, motivo suficiente para imprimir una sonrisa en su rostro ante el mar de desasosiego que impera en el ambiente.

“Me quedo sólo para sobrevivir a esta crisis y en pocos años esto debería cambiar, encaminándose el país hacia un rumbo mejor”. Pensaba, mientras la idea de irse aún no era tan arraigada, pese haber despedido algunas personas muy cercanas en una acción y fuerte inclinación enmarcada principalmente en ese abrazo renuente a ejecutar, quizás pretendiendo de esta forma quitarle el sabor amargo a ese “adiós” postergado a última instancia, ese momento en el que entiendes ya no hay vuelta atrás y la distancia comienza a desempeñar un rol protagónico.

Se necesita tener mucho coraje para quedarse o marcharse pues apostar por alguna de éstas opciones es la disyuntiva actual, el hecho de considerar empacar tu vida en una maleta avizorando mejores oportunidades a la par de un corazón desquebrajado que reparte sus pedazos entre su incierto destino y su tierra natal o mantener la expectativa resistiendo a los embates que agobia a esta sociedad. No obstante, Pablo se pierde entre páginas de una novela para variar la cotidianidad procurando ahogar el sonido de las quejas o demandas que abundan a su alrededor pues esta vez logró conseguir asiento en el bus camino a casa, uno o dos capítulos antes de anunciar su parada y respira diciendo: “Ya estoy en casa, mañana otro día será”.

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