El árbol cuyas hojas se resistían a morir
Era principios del mes de mayo, una época bastante inusual dado el enorme flujo de calor circundante que golpeaba sin cesar las grandes masas montañosas de Los Andes Venezolanos, como si se anticipara a algo, como si el calor soberbio y duro quisiera arremeter con todo lo que alberga vida y fuera la antesala a un evento mayor y más contundente. Un calor abrazador, cuyos
orígenes según algunos, provienen de la contaminación sin precedentes que está atada a la mentalidad del ser humano y el uso indiscriminado de los recursos dados por la naturaleza. Aparentemente, es un calor que adquiere distintas formas, que se transmite a veces de manera sublime y a veces de manera brutal a los seres vivientes.
Bajo estas circunstancias, estaba allí un árbol robusto, en medio de miles de árboles más. Este árbol tenía la apariencia de no ser muy viejo y su follaje era exuberante, las ramas entretejían una red de ramas menores de color marrón opaco y las hojas tenían una forma bastante elaborada que mantenían una simetría perfecta. Eran hojas verdes brillantes, un verde que resaltaba y parecía casi fluorescente. A la vista de cualquier observador, era un árbol que definitivamente merecía la pena admirar, y es que, lo más atrayente no era su tamaño-de unos tres metros y medio- sino más bien su color vivo y enérgico, donde curiosamente ninguna de sus hojas estaba amarilla o marchita. Todas las hojas se movían de una manera casi armoniosa cuando el árbol era atravesado por los vientos tempestuosos. Se mantenían muy cerca la una a la otra para resistirse a ser violentamente arrancadas de las ramas. Las hojas de este árbol aprendieron a adaptarse al cambio de los vientos que podían venir en cualquier dirección, en cualquier momento y en cualquier época del año. Eran hojas que se rehusaban dejar sus posiciones en el ramaje.
Ahora bien, la amenaza mayor para la supervivencia de este aguerrido árbol no radicaba en las tempestades del viento, a las cuales ya se había adaptado exitosamente. La vulnerabilidad estaba en el calor que lo sofocaba, que de manera desmedida lo hería con su radiación. Era algo que le hacía perder casi toda esperanza de luchar en la vida, pues el claro propósito de este enemigo era chamuscarlo de afuera hacia adentro. Desesperado, el árbol trata de cubrir sus hojas, extendiendo sus ramas por debajo de las ramas de los árboles vecinos sin tener éxito, dado que ese árbol vecino le termina haciendo lo mismo a él. Buscando otras alternativas para que sus hojas no mueran, comienza a mecer sus hojas de aquí para allá cuando el viento sopla, tratando de que de alguna manera milagrosa las hojas no se quemen prontamente, siendo infructuosa también esta medida.
Ya cansado, extremadamente agotado, el árbol se cree perdido. Siente que cualquier esfuerzo que haga no tendrá éxito. Se siente desorientado, algo confuso y lleno de tristeza. La frustración comienza cuando se percata de que todos los intentos que realizó no tuvieron ningún éxito duradero. Con esa frustración trata de dormir en vano y la pesada noche lo cubre de oscuridad.
El nuevo día aparece con el calor sofocante de acompañante, esta vez el árbol observa a su alrededor y se da cuenta que sus vecinos lucen completamente amarillos y con cientos de hojas desprendidas. Con tristeza mira cómo a muchos de sus compañeros, el calor les quitó las razones para mantenerse vivos: sus hojas verdes. Reaccionando inmediatamente, se observa a sí mismo y nota que ha perdido dos hojas, mirando al suelo advierte que fue una amarillenta y otra verde brillante, ambas yacían juntas como señal del triunfo del calor sobre él.
Al notar lo sucedido, le viene a la mente una dualidad de sentimientos. Por un lado, estaba la hoja amarilla que no lo hacía sentir triste, porque según razonaba él, esa pequeña hoja que fue parte de él en algún momento de su vida, ya había cumplido su función. Pero por otro lado sentía tristeza de la hoja verde que se había desprendido de él mientras trataba de dormir, fue una caída prematura -pensó él- debió ser la falta de esperanza que tenía que terminó arrebatándola de mis ramas. Con la mente más tranquila, el árbol decidió entonces hacer algo que nunca pensó que podía hacer, alargó mucho más sus raíces hasta llegar a lo más profundo que pudo del suelo, encontrándose con un pozo de agua dulce subterráneo. Emocionado, comenzó a distribuir la refrescante agua hasta las extremidades de sus ramas, venciendo la fuerza de la gravedad y todo obstáculo que conseguía con las fuerzas propias de su capilaridad. Pudiendo de esta manera mantener sus hojas verdes y saludables. Se dio cuenta así, de que ante las agresiones externas del calor abrazador y el viento violento, sólo unas buenas raíces podrían mantenerlo vivo y de pie.
“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad.” - Albert Einstein.